Hay historias que no se apagan nunca, como esas bombitas de galpón que titilan toda la noche en los patios florenses. Hay hechos que, más que fechas, son latidos: y uno de ellos ocurrió el 23 de octubre de 1938, cuando Las Flores se iluminó por primera vez con electricidad nacida del sueño colectivo. Fue la puesta en marcha de la Usina Popular, hija legítima de la Cooperativa de Electricidad, una obra forjada no por grandes capitales, sino por la fe y el esfuerzo de vecinos que apostaron a su propio destino.
Pero para llegar hasta esa chispa inaugural, hubo antes muchas otras: reuniones en patios, discusiones en el café, firmas, renuncias, esfuerzos gratuitos, enfrentamientos familiares y también decisiones fundantes. Esta no es solo la historia de una cooperativa: es la historia de un pueblo que dijo basta y quiso manejar su propia luz.
Entre los protagonistas, emerge una figura clave: “Alfredito” Almada hijo. No fue solo dirigente, ni solo gestor. Fue quien mantuvo una mirada diferente a su propio padre, el intendente Alfredo Almada, padre, de raíz conservadora y reticente a entregar la concesión. El hijo, con fuertes convicciones sociales y comunitarias, y una profunda vocación cívica, batalló por el sueño cooperativo con una firmeza que terminó por convencer incluso su padre. No fue una disidencia menor: fue el símbolo de una época histórica que se terminaba y otra que nacía, como escribió alguna vez Brecht: “Lo viejo no termina de morir, y lo nuevo no termina de nacer”.
Mientras la Compañía de Electricidad del Sud Argentino, una poderoso trust extranjero, manejaba el servicio como quien aprieta el puño sobre la necesidad, cobrando carísimo por iluminar apenas unas pocas manzanas céntricas, los vecinos empezaron a imaginar algo distinto. No era solo una cuestión de tarifas, era una cuestión de soberanía, de dignidad local. El impulso fue colectivo, y muchas veces anónimo.
La chispa inicial brotó en 1933, en una asamblea impulsada por la Unión Ferroviaria. De allí surgió una Comisión con apellidos que aún hoy resuenan en el alma florense: Calabria Lombardo, Risso, Mozzi, Taylor, Lebonatto, Rodríguez, Pérez.
Gente común, que decidió algo extraordinario: crear una usina eléctrica del pueblo. Los nombres siguieron sumándose como ramas a un árbol joven: Norberto Lucangioli, el primer presidente, profesor de matemática en la Escuela Normal. Teófilo Dubor, Francisco Risso, Manuel Laffont, Aníbal Elgue, Carlos Darrós, José G. Romero, Alberto Calligari, entre tantos otros. Muchos eran nuestros abuelos. Todos pusieron el cuerpo, el tiempo, y también el bolsillo. Porque cada acción fue pagada con monedas de verdad. Las cobranzas se hacían casa por casa, durante años, a pulmón. No había sueldos ni viáticos. Era un esfuerzo voluntario, solidario, profundamente político en el mejor sentido: una comunidad organizada decidiendo su destino.
Y si hubo un gesto que simboliza todo ese compromiso, fue el de Amadeo Duche. No solo donó el terreno donde se construyó la Usina: también prestó -cuando nadie más quería hacerlo- dos sumas enormes de dinero que permitieron terminar las obras. El Estado nacional se resistía apoyar. Pero un vecino sí. Y gracias a él, la luz se encendió. El 23 de octubre de 1938 la usina comenzó a funcionar. Y con ella, bajó la tarifa: de $0,36 que cobraba el consorcio extranjero, a $0,224. En los años siguientes se siguió bajando hasta $0,217. El número de asociados pasó de 951 a 1.648 en un año. La producción creció de 60.000 a más de 780.000 Kw anuales. El pueblo había hablado.
Pero Alfredo Almada, hijo no se detuvo allí. Su vocación cívica se extendió por todos los rincones de Las Flores. Fue uno de los creadores de la Biblioteca 25 de Mayo, de la Dirección de Cultura, impulsor de aquel viejo frigorífico local, colaborador activo de la Cooperativa Agraria de Las Flores. Siempre con el mismo espíritu: construir lo común, sembrar para todos.
Hoy, cuando hablamos de soberanía energética, de participación vecinal, de cooperativismo real, lo que estamos haciendo – aunque no siempre lo sepamos – es rendir homenaje a esa generación. Aquellos que, con manos de albañil, de ferrocarrilero, de comerciante o de ama de casa, hicieron posible lo imposible. Gente que, como Alfredito Almada, no solo soñó con una luz más justa: se animó a encenderla.
Consejo de Administración
Cooperativa de Electricidad